lunes, 14 de noviembre de 2016

Una fuga mundi imaginaria


Si el estar en el mundo es visto como una maldición maniquea, habrá dificultades para aceptar el lugar en el cual la Providencia nos pone como un medio de santificación. Ante una realidad ineludible, ¿será bueno buscar modos alternativos de fuga mundi en la imaginación?
El ser humano conoce lo real a partir de los datos sensibles. Dentro del conocimiento sensitivo la imaginación cumple un papel importante. La actividad imaginativa, si es ordenada, permite aprehender la riqueza de la realidad. Pero el pecado introduce desorden en la potencia imaginativa. Por esto los autores espirituales insisten en la necesidad de purificar esta facultad para que no sea la “loca de la casa”, como la llamaba Santa Teresa. Porque la imaginación desordenada es una "bestia salvaje", en el decir de Fr. Luis de Granada, y de ella provienen disipación, tentaciones y pecados.
La fuga mundi imaginaria produce un desdoblamiento interior por el cual no se está del todo en lo que se hace. Una actividad imaginativa desordenada rompe los vínculos con la realidad y tiende a sacarnos de ella. Así, no se logra apreciar lo real en toda su riqueza. Parece que nunca se está conforme con lo que la Providencia ha puesto entre manos y se ansía otra cosa. Se produce una dualidad irreconciliable entre un ideal imaginario y la realidad presente, que se tiene por banal, tediosa y maldita.
Una manera de desdoblamiento interior es el cambio de lugar. Se desea salir de la propia situación, vital o espacial, evadiéndose imaginariamente hacia otra situación más gratificante, que en concreto es moralmente imposible [1]: quien trabaja en el campo sueña con desplazarse a la gran ciudad; el que vive agobiado por la ciudad, anhela la vida tranquila del campo; el célibe, quisiera casarse; el casado, extraña las libertades de su soltería; el casado con Fulana, hubiera preferido casarse con Mengana... Se desea algo imaginario, que puede ser bueno, pero que en las propias circunstancias se sabe contrario a lo que Dios quiere: en esto consiste el desorden. Es una rebelión interior opuesta a la conformidad con la voluntad divina [2] significada o de beneplácito; un mecanismo compensatorio dañino, que no se debe confundir con la sana expansión que pueden darnos la literatura, el cine, el teatro...
Otro modo de desdoblamiento es el anhelo de cambiar de tiempo. Lo real, lo que depende de nuestra libertad, porque está en nuestras manos, es siempre el presente. El pasado ya no existe. El futuro, para cada uno es incierto. Pero la imaginación desordenada sustrae energías al momento presente mediante nostalgias de un pasado mejor que ya no existe, o nos hace a soñar con un futuro promisorio, o angustiante, pero en todo caso irreal. A pesar de las apariencias, este desorden tiene poco que ver con la prudencia cristiana o la esperanza teologal. Es una evasión paralizante respecto de una realidad que no se logra digerir. El aquí y ahora es cruz y la “máquina del tiempo” imaginaria es un modo de bajarse de la cruz.
El punto de partida para purificar la imaginación pasa por la aceptación de la realidad tal cual es, con todos sus aspectos positivos y negativos. No se puede estar en el mundo si no se lo ama en lo que tiene de bueno y amable; si se lo rechaza todo, en bloque, porque las circunstancias en que nos toca vivir no son como las deseamos. Tampoco se puede no ser del mundo si no se detesta lo que tiene de malo. No hay que aprobarlo todo, con optimismo compulsivo y sonrisa bobalicona, en un conformismo pasivo frente a lo que nos rodea. 







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[1] “Casiano trae allá muchos ejemplos en sus Colaciones sobre la discreción y los directores experimentados saben muy bien que la imaginación o el demonio sugieren a veces prácticas moralmente imposibles contrarias a los deberes del propio estado, dándoles apariencia de inspiraciones divinas. Estas sugestiones traen consigo turbación; si obedecemos a ellas, nos ponemos en ridículo, perdemos, o hacemos perder, un tiempo precioso; si resistimos a ellas, nos parece que nos alzamos contra Dios, perdemos ánimos y acabamos por caer en la tibieza.” (Tanquerey).
[2] “Se entiende por voluntad divina significada (o voluntad de signo) cierto signos de la voluntad de Dios, como los preceptos, las prohibiciones, el espíritu de los consejos evangélicos, los sucesos queridos o permitidos por Dios. La voluntad divina significada de ese modo, mayormente la que se manifiesta en los preceptos, pertenece al dominio de la obediencia. A ella nos referimos, según Santo Tomás (I,19,11), al decir en el Padrenuestro: Fiat voluntas tuaLa voluntad divina de beneplácito es el acto interno de la voluntad de Dios aún no manifestado ni dado a conocer. De ella depende el porvenir todavía incierto para nosotros: sucesos futuros, alegrías y pruebas de breve o larga duración, hora y circunstancias de nuestra muerte, etc […] si la voluntad significada constituye el dominio de la obediencia, la voluntad de beneplácito pertenece al del abandono en las manos de Dios. Como largamente diremos más tarde, ajustando cada día más nuestra voluntad a la de Dios significada, debemos en lo restante abandonarnos confiadamente en el divino beneplácito, ciertos de que nada quiere ni permite que no sea para el bien espiritual y eterno de los que aman al Señor y perseveran en su amor” (Garrigou-Lagrange).

2 comentarios:

Antonio dijo...

Spiritual wannabism.

Anónimo dijo...

Excelente...
Lot vivía en Sodoma y Gomorra con su esposa y dos hijas, supongo que era necesaria la presencia de un justo para aplacar la ira divina.

Beatriz